«Estad siempre con el Señor, porque todo lo bueno viene de Él. Sufrid por amor de Dios y con alegría».
Hay pocos años de serenidad en la breve vida de este santo. Nuncio nació en Abruzzo y a los seis años ya era huérfano de padre y madre. Confiado a su querida abuela materna, con ella aprendió a ir a misa y a conocer a Jesús, madurando dentro de sí un fuerte deseo de hacerse cada vez más semejante a él. A los nueve años, su abuela murió y el tío que deberìa haberlo protegido, en cambio lo forzó a trabajar en su herrería, muy poco apta para un niño de esa edad. Fue allí donde la vida de Nuncio comenzó a seguir y a imitar el doloroso camino de Jesús hacia la cruz.
Trabajador muy joven, huérfano y explotado
Cargas pesadas que llevar, largas distancias que recorrer a pie con sol, lluvia, viento o nieve, pero sobre todo con la misma ropa en cada estación. Nuncio, sin embargo, no se quejaba: pensaba en Jesús y comenzaba a ofrecer sus fatigas para colaborar en la redención de los pecados del mundo y, (como se decìa entonces,) «ganar el paraíso». Un día, sin embargo, una herida en su pie se gangrenó. Su tío no tuvo ninguna compasiòn ni tampoco los aldeanos, que le prohibieron usar la fuente del pueblito para curarse, por temor a que la infectara. Nuncio, entonces, encontró una fuente de agua en Riparossa -hoy considerado un manantial milagroso- donde pasaba mucho tiempo meditando los misterios del Rosario.
Entre los «Incurables» de Nápoles
En 1831, debido a su precaria salud, fue hospitalizado por primera vez en L’Aquila y allí se dio a conocer a todos los pacientes por su fe, por sus obras de caridad hacia los demás enfermos y por las nociones de catecismo dadas a los niños. Otro tío se enteró de su precaria situación y le presentó al coronel Félix Wochinger, un alto oficial militar de Nápoles que lo tomó a su cuidado y le procuró todos los tratamientos posibles para curar su enfermedad ósea, incluso los tratamientos termales en Ischia. Permaneció mucho tiempo en el hospital de los Incurables en Nápoles, donde finalmente por primera vez recibió a Jesús Eucaristía.
El encuentro con Wochinger, un segundo padre
Por un breve tiempo Nuncio mejoró. Después, de salir del hospital, se mudó a casa del Coronel que vivía en el Maschio Angioino de Nápoles usado como cuartel. Entre ambos se estableció una hermosa relación padre-hijo que permitió a Nuncio profundizar su fe. Pensaba consagrarse, pero como todavìa no tenía la edad suficiente, pidió a su confesor que le aprobara una regla de vida que siguió escrupulosamente y que incluía largas horas de oración, meditación y estudio, así como la misa por la mañana y el rosario por la tarde. Este período de serenidad, sin embargo, fue interrumpido por el empeoramiento de su enfermedad y el diagnóstico que para Nuncio fue una sentencia de muerte: tenía un cáncer de huesos incurable.
Una vida sellada por el sufrimiento
Nuncio se muestra fuerte, hasta el final. Consuela al Coronel – que ahora lo llama «mi papá» – con la certeza de la promesa de que los dos podrán algún día abrazarse de nuevo en el cielo. Estamos en 1836 y la situación es ahora desesperada: Nuncio sufre fiebres muy altas que afronta rezando y ofreciendo su sufrimiento por las conversiones y por la Iglesia. La muerte lo libera del dolor el 5 de mayo, cuando acababa de cumplir 19 años, pero no sin antes recibir los Sacramentos. Alrededor de su cuerpo, consumado por las llagas, se difunde un intenso perfume de rosas.