Su nombre era Simón, aunque más tarde Jesús lo llamó Pedro. Nació en Betsaida, vivía en Cafarnaún y era pescador en el lago de Tiberíades. El Maestro lo invitó a seguirlo junto a su hermano Andrés, y con Santiago y Juan los hizo testigos de grandes hechos: la resurrección de la hija de Jairo, la transfiguración, la agonía en el huerto de los olivos.
En su camino al lado del Mesías, Pedro se muestra como un hombre sencillo, franco y a veces impulsivo. A menudo habla y actúa en nombre de los apóstoles, no duda en pedir explicaciones y aclaraciones a Jesús acerca de la predicación o las parábolas, lo interroga sobre diferentes temas. Y es el primero en responder cuando el Maestro se dirige a los Doce. “¿También ustedes quieren marcharse?”, les pregunta, tras hablar en la sinagoga de Cafarnaún suscitando desconcierto incluso entre sus discípulos, muchos de los cuales deciden dejarlo. “Señor —contesta Simón Pedro—, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído, y sabemos que Tú eres el Santo de Dios.”
La confesión de fe
En Cesarea de Filipo, Jesús pregunta a los suyos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Simón Pedro responde: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. (Mt 16,16). Y Jesús afirma: “Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.” (Mt 16,18-19).
Este es el encargo que recibe Pedro: gobernar la Iglesia. Los Evangelios revelan que Jesús escoge a un pescador sin instrucción para gobernar su Iglesia. Se trata de un hombre que a veces no ve la voluntad de Dios, es instintivo: Pedro protesta cuando Jesús revela su cercana Pasión; quiere evitar el momento del lavatorio de los pies en la última cena, no acepta ese gesto tan humilde del Maestro; niega tres veces que conoce a Jesús tras su arresto.
No obstante, los apóstoles reconocen la misión que Jesús le confirió, de modo que es Pedro quien está al frente de ellos y toma diversas iniciativas. La mañana de la Pascua, al ser informado por María Magdalena de la desaparición del cuerpo del Maestro, corre a verificar lo sucedido junto a otro discípulo quien, a pesar de que llega primero, espera a Pedro y le cede el paso para que entre en el sepulcro antes que él.
La misión de Pedro
Después de la resurrección de Jesús, los apóstoles se reunen en el cenáculo, donde a veces se presenta el Maestro. Cada uno regresa a su propia vida cotidiana, y Pedro retoma su barca y sus redes. Y justo después de una noche en que estaba pescando, el Maestro se le aparece de nuevo, le pide que apaciente sus corderos y le predice con qué muerte glorificará a Dios (Jn 21, 3-19).
Después de la ascensión del Señor, Pedro es el punto de referencia de los apóstoles y de los primeros seguidores de Cristo. Comienza a hablar en público, a predicar y a hacer curaciones. El Sinedrio lo arresta y lo libera varias veces. Toma conciencia de la autoridad con la que habla y del entusiasmo de la gente a su alrededor. El número de los primeros cristianos aumenta poco a poco.
Pedro comienza a viajar de ciudad en ciudad anunciando la Buena Nueva. Regresa a menudo a Jerusalén, y es allí donde un día Pablo se presenta ante él y ante los otros apóstoles, dándoles testimonio de su conversión. A partir de entonces Pedro y Pablo viajan por caminos distintos, aunque se encuentran en Jerusalén. Pedro se confronta con Pablo muchas veces, acepta sus observaciones y consideraciones, y discuten sobre cómo orientar la Iglesia naciente. Por último los dos apóstoles llegan a Roma.
Obispo de Roma
Pedro refuerza la comunidad cristiana de Roma, de la que es guía. Durante la persecución de Nerón, es hecho prisionero y luego crucificado cabeza abajo -como solicita él mismo porque no se siente digno de morir del mismo modo que el Señor-. Pablo, condenado a muerte por el Tribunal romano, será decapitado. Según la tradición, el martirio de ambos ocurre el mismo día, el 29 de junio del año 67. Pedro muere en el circo de Nerón, en la colina del Vaticano, y Pablo en la vía Ostiense. Sobre sus tumbas surgen las Basílicas de San Pedro y San Pablo extramuros.