Es en la pequeña aldea de Roccaporena, en Umbria (Italia), dónde muy probablemente nace en 1371, Margarita Lotti, llamada en diminutivo “Rita”. Los padres, modestos campesinos y ganaderos, se esfuerzan por darle una buena formación escolar y religiosa en la vecina Casia, donde la instrucción está a cargo de los frailes agustinos. En tal contexto, madura su devoción por San Agustín, San Juan Bautista y Nicolás de Tolentino, que Rita elige como sus santos protectores.
Rita esposa y madre
Alrededor de 1385 se casa con Paolo di Ferdinando di Mancino. Conflictos y rivalidades políticas son los rasgos que caracterizan la sociedad de ese momento; también el marido de Rita se ve envuelto. Pero la joven esposa, con la oración, su llaneza y con la capacidad de pacificar aprendida de los padres, lo ayuda poco a poco a vivir una conducta más auténticamente cristiana. Con el amor, la comprensión y la paciencia, la relación de Rita y Paolo se convierte en una unión fecunda, bendecida con la llegada de dos hijos varones: Giangiacomo y Paolo María. A este sereno hogar se contrapone sin embargo la espiral de odio de las facciones de la época. El esposo de Rita se encuentra inmerso por vínculos de familia y es asesinado. Para evitar ver a los hijos empujados a la venganza, les esconde la camisa ensangrentada del padre. En su corazón, Rita perdona a los que han matado a su marido, pero la familia de Mancino no se resigna, hace presión; se desatan los rencores y las hostilidades. Rita no deja de rezar para que no se derrame más sangre, y hace de la oración, su arma y su consuelo. Aún así, las tribulaciones no disminuyen. Una enfermedad provoca la muerte a Giangiacomo y a Paolo María, y su único consuelo es pensar en la salvación de sus almas, que ya no estarán más expuestas al peligro de condena, en el clima de revancha suscitado por el asesinato del cónyuge.
Monja agustiniana
Sola, Rita comienza una vida de oración aún más intensa por sus queridos difuntos, pero también por la familia Mancino, para que perdonen y encuentren la paz. A la edad de 36 años pide ser admitida entre las monjas agustinas del Monasterio de Santa María Magdalena de Casia, pero su solicitud es rechazada: las religiosas, tal vez temen que con el ingreso de Rita – viuda de un hombre asesinado- puedan poner en peligro la seguridad de su comunidad. Las oraciones de Rita, y la intercesión de sus santos protectores, traen por el contrario, la pacificación entre las familias envueltas en el asesinato de Paolo di Mancino, y después de tantos obstáculos, por fin es admitida en el monasterio. Se cuenta, que durante el noviciado, la abadesa para probar la humildad de Rita, le hace regar un leño seco y que su obediencia, es premiada por Dios, con una vid exuberante. A lo largo de los años, Rita se distingue como una religiosa humilde, que pone gran celo en la oración y en los trabajos que le son encomendados, capaz de frecuentes ayunos y penitencias. Sus virtudes se hacen conocidas incluso fuera de los muros del convento, sobre todo en lo que se refiere a las obras de caridad a las que se dedica Rita al lado de sus hermanas, que unen a la vida de oración, las visitas a los ancianos, el cuidado de los enfermos y la asistencia a los pobres.
La santa de las rosas
Cada vez más inmersa en la contemplación de Cristo, Rita pide poder participar en su Pasión, y en 1432, absorta en la oración, se encuentra sobre la frente, la herida de la corona de espinas del Crucificado. El estigma, persiste hasta su muerte, durante 15 años. En el invierno que precede a su muerte, Rita enferma y postrada en el lecho, le pide a una prima que ha venido de visita desde Roccaporena, que le traiga dos higos y una rosa del huerto de la casa paterna. Es el mes de enero, la mujer le sigue la corriente, pensando en el delirio de la enfermedad. Cuando vuelve, encuentra estupefacta, los higos y la rosa, y los lleva a Casia. Para Rita, son el signo de la bondad de Dios que ha acogido en el cielo a sus dos hijos y al esposo. Rita expira la noche del 21 al 22 de mayo del año 1447. A causa del olor de santidad inmediatamente después de su muerte, el cuerpo nunca fue sepultado. Hoy día es custodiado por una urna de cristal. Rita supo florecer, a pesar de las espinas que la vida le tenía preparadas, ofreciendo el buen perfume de Cristo, y deshelando el gélido invierno de tantos corazones. Por esta razón, y en recuerdo del prodigio de Roccaporena, el símbolo de sus ritos es, por excelencia, la rosa.